Una breve reseña sobre Malinche, el musical de Nacho Cano.

Me ocurre con el teatro en verso que me pierdo en la musicalidad de la rima y desconecto de la historia que me quieren contar. No acierto a seguir la trama que se representa.

Con las últimas películas de Wes Anderson me sucede lo mismo, pero esta vez por la concurrencia de postales con ritmillo en que se ha convertido el cine de este señor, que impide continuar con el hilo argumental extasiados en la contemplación de tan bellas estampas.

Pues bien, algo parecido afecta al musical de Nacho Cano, o como dice el actor que representa a Hernán Cortés en un vídeo de Youtube, al espectáculo que es Malinche. Y tiene razón. El guión (yo lo pongo con tilde), que va dando saltos en la Historia, no tiene excesiva importancia, y se trata, fundamentalmente, de un acto de celebración del mestizaje y de la idiosincrasia mejicano-americano-española. Pues fenomenal.

Conviene evitar el aparcamiento de Ifema, por unas cinco horas nos cobraron trece euros (que sumados a los precios de las entradas suponen un buen pico). El recinto es una carpa gigantesca sostenida por grúas y se accede por una especie de terraza con hierba artificial donde el público degusta al aire libre lo que luego en el interior -llamado El Templo Canalla, un bar de copas con especialidades mejicanas- puede seguir consumiendo, también a unos precios desorbitados.

En los laterales de esta gran sala se encuentran las dos puertas de entrada al patio de butacas. Otro de los laterales conduce a los improvisados aseos, que en realidad son containers de esos de las obras. En el de mujeres por lo visto no, pero en el de hombres se podía disfrutar de aromas de orines de distinta solera.

Diría que la escenografía es digna de Broadway (si hubiera estado en Broadway). Hay un pequeño lago con cascada, los intérpretes suben y bajan del techo, hay barcos y templos, y desde la segunda fila merendamos culos redondos durante las dos horas y media que dura la representación. En el intermedio se forman dos filas en los baños y una señora de la limpieza pregunta: «¿Es realmente tan bueno el musical?».

El buen rollo se advierte en todas las personas que trabajan dentro de la carpa, desde acomodadores hasta los mismos camareros, atentos, simpáticos y sobre todo alegres.

Durante el musical procuro no apoyarme demasiado en el brazo derecho por aquello del «Me Too» y tiendo a inclinarme sobre el izquierdo con menor temor, pues ahí estaba mi acompañante, que, versada en musicales y entusiasmada durante el primer número, me susurra al oído: «¡Estoy flipando!».

Nacho Cano aparece al final saludando a unos amigos mejicanos y nos hace cantar. «Os queremos mucho», nos dice, y uno abandona las butacas feliz, que de eso se trata, y canturreando por dentro.

Rematamos con una Paloma y un Julepe de Menta en el Templo Canalla, compramos sendas camisetas y nos vamos tan contentos.

Como señala Nacho en alguna entrevista, es hora de venderles algo a los americanos.

MÉJICO GRANDE LIBRE, MÉJICO MÁGICO MUNDO NUEVO.